Indisolubilidad

     El matrimonio es intrínsecamente indisoluble. La permanencia vitalicia del vínculo matrimonial se funda no sólo en el hecho de ser éste un sacramento, sino también en su condición de contrato natural.
     Un contrato matrimonial que fuese disoluble atentaría contra sus propios fines:
     A.  Donde hay disolubilidad del matrimonio, disminuye el número de nacimientos. Por otra parte, "el matrimonio --dice Santo Tomás-- se ordena a la educación de la prole, no sólo durante algún tiempo, sino mientras ella viva. Por lo tanto, es de ley natural que ´los padres atesoren para los hijos´ y que los hijos hereden a sus padres"[1].
     De la disolución del matrimonio resulta una educación anónima de los hijos, sin el calor del afecto del padre o de la madre y sin el prestigio del padre y de la madre que,  gracias al  vínculo moral que los mantiene unidos,  los hace respetables a los ojos de los hijos.
    Un matrimonio unido, dedicado y honorable influye de la mejor forma posible en los hijos, si se toma en cuenta el papel prominente que los padres tienen en su formación. La falta del padre o de la madre, cuando se debe al egoísmo, pone en riesgo la fe de los hijos en todo el conjunto de los deberes morales y las repercusiones afectivas de esos deberes morales.
    B. Sin la indisolubilidad, es imposible también cumplir la segunda finalidad del matrimonio de la mutua ayuda y recíproca satisfacción de la concupiscencia. Sin ella, las pasiones se desbordan.  Cristo establece  definitivamente: "Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido, adultera" (Lc. 16, 18).
     Aún el matrimonio entre paganos --que no es sacramento--, enseña la Iglesia, "fue instituido por Dios e implica un vínculo perpetuo, indisoluble, que ninguna ley civil puede romper"[2]. "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre", dice Nuestro Señor (Mt. 19, 6).
     La sociedad, al mantener el matrimonio indisoluble, no se basa exclusivamente en razones románticas. Ella sabe que éstas representan un cierto papel dentro de la unión. Pero es un papel supletorio, que fácilmente se extingue y que por lo tanto es necesario tener una noción clara del deber para perseverar. Y en esto entra la nobleza, entra la dedicación, entra la consagración del matrimonio[3].
 
[1] P. Antonio Royo Marín, O.P, Teología Moral para Seglares, II, B.A.C., Madrid, 1961, p. 559.
[2] Pío VI, Carta Litteris tuis al Obispo de Eger, de 11-7-1789.
[3] "Aunque rico en bienes y promesas, el matrimonio cristiano es una realidad exigente. Requiere, sobre todo, fidelidad en el amor, generosidad y abnegación". (Juan Pablo II, Homilía en Chihuahua, México, 10-5-1990).

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