Profunda depuración moral de los ambiente sociales y públicos

Como quedó demostrado, los problemas de la adicción al sexo, el acoso sexual, la pornografía y el SIDA han llegado a límites de riesgo inaguantables.

La propia UNICEF, entidad laica que no comparte nuestros valores cristianos, alarmada con la situación, promovió un acuerdo internacional que prohíbe la prostitución infantil y la pornografía, que fue suscrito por 89 países y ya ratificado por 14 de ellos, entre ellos España[1].

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Un cuadro exagerado

El lector podrá, quizás, objetar que el cuadro arriba imaginado es exagerado; que ni la inmoralidad pública ni los peligros llegan a tanto.

Concedemos que, gracias a Dios, hay ambientes que son la excepción a por lo menos parte de la historia que figuramos. Entretanto, podemos replicar dos cosas a esta objeción:

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El acoso sexual a un adolescente

En el caso de un adolescente, el problema se agrava. Él ya tiene más libertad de movimientos, de horarios, de salidas y su edad es propia a esas tentaciones. Imaginemos sólo los fines de semana y las vacaciones. Si él no ha asumido una actividad especial  - trabajo, deporte, voluntariado, apostolado - tendrá un tiempo libre considerable. Hay, sin duda, distracciones sanas, pero también las que, en mayor o menor grado, envuelven incentivos hacia la sexualidad, como son ciertas reuniones de amigos, espectáculos públicos de músicas, cines, discotecas, "botellones" o piscinas y playas, más o menos nudistas.

En suma, no se puede negar la cruda realidad: niños y adolescentes son hoy sometidos a una presión brutal para experimentar el sexo.

"Al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos, que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno y le hundieran en el fondo del mar"[1]

Imaginemos en una ciudad española un niño que sale de su casa hacia el colegio, por la mañana. Caminará en dirección a la parada de autobuses o hacia la estación del Metro. Difícilmente, en este trayecto, no encontrará un anuncio publicitario que explote la atracción sexual. En la marquesina de la parada del autobús, y ni que decir en la estación de Metro, tendrá ya varias otras agresiones al pudor[2].

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