"Los hijos son, ciertamente, el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de sus propios padres", dice el Concilio (GS, 48,1)[1].

"La fecundidad del amor conyugal --nos enseña el Catecismo-- se extiende a los frutos de la vida moral, espiritual y sobrenatural que los padres transmiten a sus hijos por medio de la educación. Los padres son los principales y primeros educadores de sus hijos. En este sentido, la tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar al servicio de la vida" (núm. 1.952).

 

 

 

[1] Poéticamente el salmista exalta la fecundidad: "Tu esposa será como vid abundante en lo íntimo de tu casa y tus hijos como renuevos de olivos alrededor de tu mesa. He aquí de que modo es bendecido el hombre temeroso de Dios. Mientras que del malvado se ha escrito: tu posteridad sea condenada a exterminio, en la próxima generación extíngase hasta su nombre". Sal. 109, 3.

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