A. Efectos psicológicos sobre los niños

La capacidad de absorción de un niño tiene su ritmo y crecimiento propios. La velocidad e intensidad de las sensaciones, imágenes e informaciones que la TV impone, violenta la naturaleza del niño, originando muchas veces desequilibrios psíquicos, nerviosismos, inseguridad, euforias y depresiones. De otro lado, la imaginación, la iniciativa y la investigación en vez de ser estimuladas, son condicionadas por los temas que la TV le ofrece. El niño es un interlocutor  pasivo y cómodo a quien se le atrofia la capacidad inventiva, no aprende a jugar o a entretenerse por sí,  en algo que no sea una imitación de lo que ve en la TV. Muchas veces, se muestra poco inclinado a relacionarse y  se vuelve introvertido.

B. Efectos intelectuales

La rapidez de la TV no deja tiempo para reflexionar; su comodidad y atractivo desalienta el gusto por la lectura; su fugacidad reduce la facultad de memorización; su sorpresiva variedad avasalla la imaginación personal; su vulgaridad encarcela en padrones de mal gusto el sentido artístico. Con la TV surge el llamado analfabetismo funcional. Todos los estudios demuestran que el rendimiento escolar baja exactamente en la misma proporción a la adicción que los jóvenes adquieren por la TV.

C. Efectos en las relaciones sociales

A la introversión mencionada en el punto A, se suma el menoscabo de la conversación y del vocabulario. El niño no aprende a conversar porque en casa se charla poco, porque parte del tiempo libre se dedica a ver TV. La plática agradable,  instructiva, por medio de la cual se cultiva la amistad, el diálogo, la consonancia y el bienquerer requiere, muchas veces, un esfuerzo y una generosidad para tratar de los temas que interesen a los demás y para elevar su nivel, que la TV sofoca con su atractivo fácil, superficial y pasajero.

D. Visión irreal de la vida

El niño que juega libremente es un verdadero investigador, que somete la realidad a experimentos, a partir de los cuales va adquiriendo su propia conciencia del mundo, a la par de su madurez. El niño adicto a la TV, en buena medida, renuncia a esa labor de investigación y se deja penetrar  pasivamente de imágenes, informaciones e impresiones que a torrentes le introducen desde los estudios de una emisora televisiva[2].

En los teleadictos, la frontera entre la realidad y la fantasía es muchas veces poco definida. Más aún cuando el niño ha sido mal  educado en el ejercicio de su fuerza de voluntad y en cumplir los deberes que le cuestan. La televisión parece encomendada para seducir al joven a evadirse de la realidad. Los niños que se "drogan" con TV, cambian sus hábitos de sueño, de estudios, de juegos y distracciones para pasar a vivir pendientes del mundo irreal, fugaz, banal, cuando no monstruoso,  de la televisión.  

E. Implantación de modelos humanos teleerigidos

Es de observación común que el niño se guía por modelos que le aparecen atractivos para la formación de sus gustos, inclinaciones y comportamientos, y que fácilmente pasa a imitar esos modelos. Estos, con anterioridad al uso subyugador de la TV,  eran sus padres, hermanos, parientes, amistades de familia, profesores, colegas de estudios, grandes personalidades, héroes o santos de proyección nacional o mundial.

Con la introducción del cine y principalmente de la televisión, irrumpe en los hogares una nueva fuente de modelos a emular, totalmente ajena a las costumbres de la familia, de su entorno y muchas veces de su propia región y nación.  Baste decir que 86 por ciento de las películas más vistas en las cadenas nacionales de TV, son norteamericanas y tan sólo un 8 por ciento son españolas[3].

Estos prototipos que la TV ofrece, normalmente, dejan mucho que desear y se caracterizan por su atractivo hacia el gozo de la vida fácil y superficial y por su mediocridad. Se despiertan en los niños los más diversos apetitos e inclinaciones, que deben ser satisfechos "completamente, inmediatamente y para siempre".

¿Son esos los paradigmas ideales que deseamos para nuestros hijos?  

¿Se les está preparando bien, con estos modelos construidos  en los gabinetes de la TV,  para la dura realidad de la vida, para la lucha que deberán enfrentar si no quieren ser unos fracasados? ¿Se facilita con ellos, al niño y al adolescente, el descubrir y escoger el verdadero camino de su vida, de acuerdo a los talentos y a la vocación que Dios colocó en su alma?

F. Efectos morales

La TV tiene una prodigiosa capacidad de suscitar conductas morales como que por osmosis, sin que la persona, y menos el niño, llegue a formular una crítica y raciocinio respecto de la valoración ética de esas conductas, ni de sus consecuencias para el bien común y personal.

La televisión transmite, indiferente a la edad, sexo, formación, inteligencia o experiencia de la vida, las mismas informaciones para todos. Sea con referencia al incesto, incitaciones sexuales, divorcio, corrupción, drogadicción, sadismo, brutalidad o violencia. Peor: la TV presenta estas actitudes como normales.  ¿Qué pedagogo sería capaz de defender un tal plan de formación para la juventud? ¿Qué padre de familia mandaría a su hijo a una escuela que le ofreciese este "servicio"? 

La violencia y la pornografía son las taras que más chocan en los programas de televisión en España. Con ellas se explotan dos pasiones humanas fáciles de desatar: la agresividad y la sensualidad. Ambas pasiones, que prometen la felicidad accesible e inmediata, crean también adicción y empujan a la búsqueda de sensaciones cada vez más excitantes y perversas. Se destruye así el sentido moral de la sociedad. Con esta "escuela" no espanta la proliferación de los crímenes sexuales y contra la vida e integridad de las personas, inclusive dentro de las propias familias, de los que a diario nos informan los noticiarios.

Se destruye, junto con el sentido moral, la distinción entre la verdad y la mentira, lo bonito y lo feo, llegándose a un relativismo completo por el cual nadie más sabe cuáles deben ser las aspiraciones profundas del hombre y de la sociedad en este mundo.

Un gran prelado y reputado intelectual, el Arzobispo argentino de La Plata, Mons. Héctor Aguer, declaró acertadamente al respecto: "Creo que es urgente hacer un examen de la toxicidad de la televisión y sacar las consecuencias. No quiero ni pensar en el daño y la prematura iniciación en lo malo de la vida que se ofrece a los chicos día tras día. La deseducación del pueblo se hace a través de los medios, en especial por la televisión; es uno de los problemas más graves que vamos a tener que enfrentar en el futuro"[4].

G. Dominio de la opinión pública

Pasando del ámbito individual y familiar para el de la sociedad como un todo, mucho se ha dicho a respecto del papel formador de opinión pública que ejerce la televisión. El Estado y un puñado de macrocapitalistas manejan el poder de informar  y formar a su antojo la inmensa masa de los ciudadanos anónimos, que tienen casi que únicamente este medio de conocer los acontecimientos que suceden en el mundo.

La TV, quiera o no quiera, influye decisivamente en la agenda de las conversaciones y opiniones sobre política nacional e internacional; amortigua o engrandece los problemas sociales; propone el tipo de moda, arte y de cultura que ha de ser puesto en realce o el que debe ser desdeñado. De manera implacable destila el tipo de moral que la sociedad debe practicar o no.

Un valioso documento del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, haciendo un llamamiento en favor de una mayor responsabilidad, previene: "No sirve de excusa afirmar que los medios de comunicación social reflejan las costumbres populares, dado que también ejercen una poderosa influencia sobre esas costumbres, y, por ello, tienen el grave deber de elevarlas y no degradarlas" (núm. 16)[5].

Muchos se preguntan, aún, cómo realmente funciona el sistema democrático ante estos inmensos poderes de los medios de comunicación. Es verdad que el voto de un simple empleado vale lo mismo que el de un dueño de canal de televisión en el momento de la elección. ¿Pero vale lo mismo, cuando se trata de escoger, proyectar y hacer populares los postulantes a cargos electivos, entre los cuales los simples ciudadanos están abocados a escoger? ¿No habría, en este sentido, un perfeccionamiento a ser pensado en bien de una auténtica democracia? ¿No sería necesario también un espíritu más crítico y exigente de los telespectadores sobre lo que la TV nos quiere hacer creer que constituye la opinión pública?

 

 

[1] Principales trabajos difundidos por S.O.S. Familia a respecto de la TV:

1. Boletín nº 1. Los españoles descontentos alzan su voz contra la inmoralidad y la violencia en la TV. 1991.

2. Boletín núm. 8. La TV - ¿Una "escuela" de analfabetismo? 1994

3. Boletín núm. 9. TV y Familia. 1994.

4. Libreto TV: ¿Una Escuela Paralela? 1994.

5. Folleto Guía práctica del Telespectador Activo.

6. Libro. La teleadicción, una amenaza que acecha a nuestros hijos. 1997.

7. Vídeo Cómo ver correctamente la TV. 1999.

8. Boletín núm. 25. S.O.S Familia lanza un video para enseñar a ver correctamente la TV, 1999.

9. Libro La influencia de la TV en el rendimiento escolar y en la familia. 1999.

10. Boletín núm. 28. Informe sobre la repercusión del medio televisivo en el público juvenil madrileño. 2000.

11. Boletín núm. 30. Informe de S.O.S. Familia sobre la influencia negativa de la TV en la juventud española. 2001.

12. Estudio sociológico Informe sobre la repercusión del medio televisivo en el público juvenil español. Daniel Rey González, sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid y Ana María Sánchez Marcos, socióloga de la Universidad Pontificia de Salamanca. 2002.

[2] Estudio del Departamento de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid, por ejemplo, indica que las imágenes de la realidad que ven los niños a través de la pantalla de televisión, junto con la ausencia de una información comprensible, deriva en una construcción de la realidad que se podría definir como "caótica", en la que diferentes imágenes y conceptos se mezclan. (Cf. El Mundo, 15-6-2002).

[3] Según Yolanda Marugán, directora de marqueting de Telecinco, en  ABC, 13-13-2003.

[4] Zenit, 3-9-2002.

[5] Ética en las Comunicaciones Sociales, junio de 2002, cf. Zenit, 14-9-2002.