Sin duda, ese bien, como es de un orden más elevado que el mero bien de cada individuo, es ipso facto, también más noble. Por ser el estado matrimonial condición normal del hombre, es formando parte de su respectiva familia, como jefe o miembro, que él se inserta en el inmenso tejido de familias que integra el cuerpo social del país.

Bien entendido, ningún grupo humano privado tiene carácter tan básico, es fuente de vida tan auténtica y desbordante para la nación y para el Estado, como la familia, pues la familia tiende a penetrar en los cuerpos intermediarios de la nación y a influenciarlos. "Tal será la sociedad cuales las familias y los individuos de que consta, como el cuerpo se compone de sus miembros", comenta Pío XI[1].

El pequeño mundo familiar se diferencia de otros pequeños mundos análogos –es decir, de las demás familias-- por notas características que recuerdan a escala menor las diferencias entre las regiones de un mismo país o entre los diversos países de una misma área de civilización.

La familia bien constituida tiene habitualmente una especie de temperamento común, apetencias, tendencias y aversiones comunes, modos comunes de convivir, de reposar, de trabajar, de resolver problemas, de enfrentar adversidades y sacar provecho de circunstancias favorables. En todos esos campos, las familias numerosas cuentan con máximas de pensamiento y modo de proceder corroboradas por el ejemplo de lo que hicieron antepasados no raras veces mitificados por la nostalgia y por el paso del tiempo.

Ahora bien, sucede que esa grande e incomparable escuela de continuidad incesantemente enriquecida por la elaboración de nuevos aspectos modelados según una tradición admirada, respetada y querida por todos los miembros de la familia, influye mucho en la elección que los individuos hacen de sus actividades profesionales, o de las responsabilidades que quieran ejercer a favor del bien común. De ahí se sigue, como hemos observado, que sea recomendable que haya linajes profesionales provenientes de un mismo tronco familiar por donde la influencia de la familia penetra en el ámbito de las actividades sociales, privadas y públicas.

Es cierto que en el consorcio así formado entre actividad profesional o pública por un lado, y familia por otro, también la primera ejerce su influencia sobre la segunda. Se establece así una simbiosis natural y altamente deseable. Pero sobre todo conviene destacar que, en la mayoría de las ocasiones, el propio curso natural de las cosas conduce a que la influencia de la familia sobre las actividades extrínsecas a ella sea mayor que la de dichas actividades sobre ella.

En otras palabras, cuando la familia es auténticamente católica y cuenta no sólo con su natural y espontánea fuerza de cohesión, sino también con la sobrenatural influencia de la mutua caridad que proviene de la gracia, la organización familiar alcanza las condiciones óptimas para marcar y vivificar con su presencia todos o casi todos los cuerpos intermediarios entre el individuo y el Estado y, por fin, también al propio Estado.

A partir de estas consideraciones es fácil comprender cómo la influencia bienhechora de linajes llenos de tradición y de fuerza creativa en todos los grados de la jerarquía social --desde los más modestos hasta los más altos-- constituye un precioso e insustituible factor de ordenación, bien de la vida individual, bien del sector privado de la sociedad y bien de la vida pública.

 

 

[1] Encíclica Casti Connubii, núm.13. 31-12-1930.