Una, opta decididamente por todo cuanto en esta materia refleje con fidelidad y claridad los principios inmutables de nuestra formación cristiana, recordados en las parte referentes al matrimonio y la verdadera familia de esta web.

Otra, inspirada o por el materialismo o por el hedonismo neopagano, desea --directa o indirectamente, clara o veladamente-- la abolición entera y completa de la familia. ¿Cuál es el perfil de familia deseado por esta última corriente?

1. Se abstrae enteramente de Dios, cuyo nombre ni siquiera es pronunciado.

2. Proclama el amor libre, afirmando que el vínculo conyugal sólo debe durar en cuanto persista el amor que le dio origen.

3. En coherencia con este principio, adopta una terminología ambigua, que tanto puede referirse al matrimonio cuanto a una "unión libre" cualquiera. Se deja también vaga cualquier referencia a la procreación y educación de los hijos.

El matrimonio se reduce a "vivir juntos para efectos de amor".

Entre estas dos corrientes principales, se sitúa toda una gama de posiciones intermedias que buscan conciliar, mediante combinaciones diversas, las actitudes y doctrinas de aquellas dos tendencias.

Habrá que distinguir, por ejemplo, abortistas con propensiones a dar facilidades mayores o menores para la ejecución de los no nacidos.

Análogamente, se pueden hacer distinciones entre los que --forzando la expresión-- podrían llamarse genéricamente "feministas", que pleitean grados menores o mayores de igualdad inorgánica entre los cónyuges, formas masculinas de ser de la mujer, funciones poco afines con el sexo débil dentro de la sociedad, etc.

Entre esas posiciones intermedias, habría otras importantes distinciones a mencionar. Algunas desean apenas cambios estáticos, poniendo un límite a las concesiones.  Otras, menos definidas, van favoreciendo para el día de hoy reformas que, desde el primer momento, admiten que están destinadas a ser modificadas sucesivamente más adelante, sin que se diga claramente cuál es el punto terminal de las concesiones en cadena que están dispuestos a hacer.

Así, ciertos propulsores de las reformas, con mucha frecuencia, propugnan medidas intermediarias "moderadas", porque sienten que no hay condiciones en la opinión pública para hacer prevalecer el programa integral que tienen en mente.

Esta táctica, sin duda la más peligrosa, es llamada de gradualismo. Cada paso prepara el siguiente, hasta que el espíritu público, la ley y las costumbres hayan de tal manera "evolucionado", que se acepte, sin repugnancia de mayor monta, la demolición final de la institución familiar.