Es, pues, el vaciamiento de cualquier connotación de carácter afectivo o de carácter moral de las relaciones conyugales. O sea, ellas existen cuando convienen y cuando ya no convienen, se concluyen. Toda la literatura y todo el ambiente creado tienden a acabar con el carácter, digamos, sentimental que da al matrimonio cierto deleite moral, pero que también genera ciertas obligaciones.

Porque a partir del momento en que una parte se dio a la otra, nacen obligaciones lógicas. Y esas obligaciones lógicas, en una cosa que niega todo ese significado moral y toma el carácter de pura unión física, provocada para el deleite físico, no tienen cabida.

Se podrá objetar que el deleite moral de ese especie de concubinato puede ser tan grande que dure mucho tiempo, o una vida entera, vinculando a las partes.

La experiencia muestra que dentro de las condiciones creadas por la vida moderna, tanto en Oriente como en Occidente, hay un constante resbalar para la negación de ese lado moral. Lo que se prueba por el número creciente de separaciones, por el establecimiento del divorcio, o por la formación de las llamadas uniones de hecho en todo el mundo. Por encima de las fronteras ideológicas, hay un movimiento que produce esa onda verdaderamente tremenda que desea abolir la familia.

No se está lejos del amor libre. Quien está persuadido de que la familia es la condición básica del desarrollo, no puede concordar en que ella sea sustituida por el concubinato. Entonces, debe ser contra el divorcio.

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