Ese contrato es indisoluble por naturaleza, y ninguna de sus nobilísimas finalidades puede ser adecuadamente alcanzada si queda al libre albedrío de los cónyuges disolverlo.

Nuestro Señor Jesucristo, con el fin de realzar la dignidad del contrato matrimonial y de ratificar su indisolubilidad, lo elevó a la dignidad de Sacramento. Así, cerró Él, para todos los hombres y para siempre, el camino de las uniones efímeras, de la poligamia y otras formas de relaciones sexuales fuera del matrimonio.

Como consecuencia de su doble carácter sacral y naturalmente indisoluble, el matrimonio cristiano dotó a la institución de la familia pagana, ligada a supersticiones idólatras, manchada por prácticas de infidelidades y poligamia y debilitada por la inestabilidad inherente a uniones pasajeras y incluso antinaturales, de una importancia, un valor y una nobleza, jamás alcanzada en otras épocas.

Siendo la familia la base de la sociedad[1], es fácil evaluar cuánto se benefició, así, con la sacralidad e indisolubilidad del matrimonio, todo el cuerpo social. Es uno de los principales factores por los cuales, en la civilización cristiana, el matrimonio y la familia se elevaron mucho sobre todas las otras modalidades de institución conyugal.

En esto debemos ver un don magnífico de Nuestro Señor Jesucristo --el instituidor del sacramento del matrimonio-- para los individuos y las naciones en todos los siglos. Un don que es espejo de la sabiduría infinita y fruto de Su bondad sin límites.

Lo que decimos no es apenas un pensamiento nuestro. Es lo que sobre el matrimonio y la familia ha enseñado con inquebrantable constancia la Santa Iglesia Católica. Esto, desde sus primeros días hasta la época presente[2], y hasta el fin del mundo. Es la doctrina sagrada e intocable que ningún católico puede negar sin ponerse, ipso facto, fuera de la Iglesia. Pues el carácter sacramental y la indisolubilidad del matrimonio fueron definidos como artículos de Fe por el Concilio de Trento[3] y por la tradición inalterada de la enseñanza de los Papas y Concilios.

Todo esto que a nosotros, como a toda alma católica, nos entusiasma y nos encanta, a algunos políticos, a ciertos medios de comunicación y a grupos de presión de nuestros días, les parece defectuoso y digno de reforma; les parece que la obra del Hombre Dios está mal terminada y que necesita urgentes reparaciones.

Entre estas reparaciones está la introducción del divorcio en España, su reciente ampliación con el "divorcio express" y el repudio; la equiparación del matrimonio con las uniones homosexuales y las parejas de hecho" y "otras modalidades de familia", de las cuales trataremos en el próximo capítulo.

 

 

[1] Nos enseña Juan Pablo II, citando el Concilio: "´El Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana´; la familia es por ello la ´célula primera y vital de la sociedad´. La familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y estos encuentran en ella la primera escuela de virtudes sociales que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma". (Ex. Ap. Familiaris consortio núm. 42. 22-11-1981). 

[2] Baste mencionar la grandiosa publicación Enchiridion Famillae, del Instituto de Ciencias para la Familia, de la Universidad de Navarra, que recoge en seis grandes volúmenes los textos del Magisterio Pontificio y Conciliar sobre el matrimonio y familia, del los siglos I al XX, cerca de mil documentos. Su maravillosa coherencia doctrinal es absoluta y sin igual en la materia.   

[3] Cf. De la Doctrina sobre el sacramento del matrimonio, Sesión XXIV del Concilio de Trento, 11-11-1563 y Bula iniunctum nobis, 13-11-1564.