Semejante situación ocurre con los partidos políticos. Hay pocas diferencias de fondo entre sus posiciones respecto de la defensa de la familia y de la vida. No extraña que el público se muestre distante de la acción partidaria. ¿Cuál es el número global de miembros efectivos de los partidos si se compara con el de electores? La abrumadora mayoría no se siente interpretada por los partidos y apenas, el día de votar, lo hace poco convencida de que será bien representada por sus propios candidatos. Y esto acontece no porque a los españoles nos falte interés por el bien común y por la cosa pública, sino porque las opciones que se nos ofrecen poco o nada nos hablan al alma.

Comprimido por el anonimato a que se ve relegado por el capitalismo publicitario, el español  muchas veces se "venga" guardando dentro de sí, o en el seno de sus más íntimos, las riquezas de pensamiento y de anhelos que posee, privando de ese modo a la vida pública de la sagacidad rica e inesperada que le es peculiar.

Las personas más superficiales, por otro lado, son más fácilmente llevadas a nutrir todas sus conversaciones y su visión de las cosas, exclusivamente con los "alimentos" ya preparados que la televisión o la prensa les aportan. Tendrán ellas más acogida en sus conversaciones, pues hablarán de lo que "está en boga", pero colaborarán inconscientemente al funcionamiento de una democracia sin ideas,  monótona y teledirigida. En esta atmósfera enrarecida de pensamiento, los lobbyes tendrán facilitada su sutil labor de imponer sus bien estructuradas y maléficas concepciones sobre la familia y la sociedad.