La opinión pública se divide en corrientes opuestas con respecto de la institución de la familia.

"Espontaneidad", "naturalidad", "autenticidad", son disposiciones de alma que pueden conducir a evitar el esfuerzo de pensar, de querer, de cohibirse. Inducen a dar rienda suelta a la sensación, a la fantasía, a la extravagancia, a todo, en fin.

El Cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo Pontificio para la Familia y la Vida, en su magistral conferencia durante el Congreso Nacional de la Familia de Madrid (18-11-01), trató de manera sintética el importante tema de la manipulación del lenguaje. Consiste, decía él, en un trabajo sistemático e inteligente para desvirtuar los principios mediante el uso de lo que llamó "palabras hechiceras y cautivantes".

Entre las posiciones que encontramos ante la crisis de la familia hay una difícil de comprender, pero que pesa en la actual disyuntiva.

Asistimos actualmente a un intento de destrucción de los principios morales, particularmente en el seno de la juventud, a través de peligrosas filosofías que exaltan lo erótico y lo perverso, y buscan quebrar los lazos que unen a los jóvenes con su pasado y con su familia.

Según la doctrina católica, en principio, la prohibición es justa. Como todas las cosas justas, ella puede prestarse a abusos. La autoridad paterna es una cosa justa, pero puede haber excesos. Esto no es razón para eliminar esa autoridad, que es insustituible. Es una razón para hacer todos los esfuerzos destinados a persuadir a los padres de no abusar de su autoridad.