En primer lugar, es necesario tener claro que se debe evitar el ensañamiento terapéutico que, según Juan Pablo II,  "incluso con las mejores intenciones, además de ser inútil, no respetaría en definitiva plenamente al enfermo que ha llegado ya a su estado terminal [...] Hay límites que no es humanamente posible superar; en estos casos es necesario saber aceptar con serenidad la propia condición humana"[1].

 El Catecismo nos enseña que "la interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el ´encarnizamiento terapéutico´. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla"[2].

Pero, por otro lado, "aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, no como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada"[3].

En este sentido, la investigación de los cuidados paliativos ha tenido un gran desenvolvimiento, de modo que la idea de "sufrimientos insoportables" (que de sí no justifican la eutanasia), es generalmente muy exagerada.

Lo que sobre todo puede ser ocasión de desesperación para los enfermos es la falta de apoyo y caridad de quienes los rodean. En Holanda --primer país de Occidente en legalizar la eutanasia-- un gran especialista, el profesor Bernard Crul, de la Universidad Católica de Nimega, declara al respecto:

"Otra cosa importante es el comportamiento de las personas que están en torno al enfermo. Cuando es tranquilo y de consuelo, el sufrimiento es menor. En mi opinión, muchas peticiones de eutanasia son insinuadas al enfermo por el ambiente que le rodea. Cuando el paciente siente que su presencia como enfermo no es grata, porque es demasiado gravosa, que los amigos y la familia no logran soportar la fatiga que se deriva de su sufrimiento, siente un gran impulso hacia la eutanasia"[4].

Al hombre actual se le ha inculcado un pánico exagerado a cualquier sufrimiento y de forma superficial suele pensar en la eutanasia como solución. El mismo profesor holandés nos hace un relato característico: "Yo tengo pacientes que me dicen: ´doctor, cuando no pueda dejar ya la cama, pediré la eutanasia´. Luego, cuando llegan a este punto, cuando ya no pueden abandonar la cama, ya no piden la eutanasia, porque han aprendido a aceptar la nueva situación, y en esto les sostiene mucho la postura del personal médico y de sus seres queridos"[5].

[1] Discurso a la Organización Mundial de Gastroenterología, 23-3-2002, en Zenit, 26-3-2002.

[2]  Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2.278.

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2.279.

[4] Entrevista en la Radio Vaticana, en  Zenit, 8-4-2002.

[5] Entrevista en la Radio Vaticana, en Zenit, 8-4-2002.