A. Cada vez más familias deshechas

Nadie puede defender que en sí es mejor que las familias se disuelvan a que permanezcan unidas. Nadie sostiene que es bueno que en las familias cada uno se vaya por su lado y que los hijos vivan en un hogar en que falta uno de sus padres o donde se introducen personas hasta ahora extrañas, como consecuencia de nuevas uniones.

Así, cada divorcio constituye un sufrimiento, cuando no un drama, para todos. Cada divorcio introduce --como dice el Catecismo-- un desorden en la célula familiar y en la sociedad; desorden que "entraña daños graves" para los cónyuges y para los hijos[1].

Por eso, importa mucho saber como las leyes divorcistas contribuyen a  propagar este mal por todas partes.

Sólo en Madrid, de enero a julio de 2002, 5.447 parejas se separaron o divorciaron. Un 20 por ciento más que en igual período del año 2001. La mayoría apunta maltrato psicológico o físico, o infidelidad conyugal. Según una psicóloga de los juzgados de familia de Madrid, "la mayoría de las rupturas afectan a parejas jóvenes. Y lo curioso es que, en estos casos, ambos cónyuges suelen volver a casarse poco después y a divorciarse por segunda vez aún más rápido"[2].

En 1999, según los registros oficiales, 36.900 familias obtuvieron el divorcio y otras 59.547 consiguieron sentencias de separación en toda España. Mientras tanto, los matrimonios disminuyeron[3]. En 2004, los tribunales tramitaron  52.591 divorcios y 82.340 separaciones[4].

En los primeros 20 años de aplicación del divorcio, uno de cada tres matrimonios ha terminado en divorcio[5]. En total, desde 1982 a 2004 inclusive, ha habido más de un millón seiscientas mil separaciones y divorcios.

En Italia, los divorcios se han triplicado en el periodo que va de 1980 a 1999, según un informe del periódico La Repubblica del 20 de octubre de 2001.

Un estudio de la Rutgers University, publicado en junio de 2002, hacía notar que, si continúa la actual tendencia, el 40-45 por ciento de los matrimonios contraídos ahora en los Estados Unidos acabarán en divorcio[6].

En Austria, casi la mitad de los matrimonios que se celebraron en los últimos años terminaron en divorcio, y en Viena este porcentaje se eleva hasta alcanzar el 59 por ciento, afirma el obispo Mons. Klaus Küng, presidente de la Comisión para la Familia de la Conferencia Episcopal de ese país, recordando que "el divorcio va siempre acompañado de dolor, en particular para los niños"[7].          

B. El divorcio no hace a los esposos más felices

El divorcio no es el pasaporte a la felicidad para quienes no están contentos con su matrimonio.

Un estudio sociológico de la Universidad Chicago entrevistó a 5.232 adultos casados a fines de los años 80 y los volvió a consultar cinco años más tarde.

Dos tercios de las parejas que en la primera entrevista se declararon infelices, pero permanecieron casadas, estaban contentos con su matrimonio cinco años después. La proporción aumentó entre los que se habían declarado "muy infelices". Entre quienes se divorciaron y se volvieron a casar, el porcentaje de los que se declararon más felices fue inferior. El divorcio no redujo en ellos los síntomas de depresión ni aumentó la autoestima.

Los matrimonios que sobrevivieron a la crisis tuvieron, es claro, que hacer grandes esfuerzos para soportar los problemas de la relación.

"Nuestras conclusiones --afirma la reciente investigación universitaria-- son consistentes con estudios anteriores que demuestran que el compromiso con el matrimonio tiene un efecto muy poderoso en la felicidad de la pareja"[8].

El libro The Great Divorce Controversy, de Edward S. Williams contiene una parte dedicada a recoger información de una multiplicidad de estudios sobre las consecuencias del divorcio. La obra, publicada en el año 2000, cita un estudio hecho en California. En éste, se constató que un tercio de los padres se deprimían profundamente tras el divorcio. La depresión era especialmente común entre las mujeres, afectando casi al 50 por ciento. Incluso 10 ó 15 años después del hecho, la herida y la humillación del divorcio seguían ocupando una posición central en las emociones de muchos adultos.

Otro libro, Love and Economics: Why The Laissez-Faire Family Doesn't Work, de Jennifer Roback Morse, publicado en el año 2001, constata que los abusos físicos no existen para una mayoría amplia de mujeres casadas. De hecho, las no casadas, las mujeres que cohabitan, tienen más riesgo de sufrir abusos que las que lo están[9].

C. Sin culpa, son los hijos los que sufren las peores consecuencias

En el año 2000, Judith Wallerstein publicó la obra  The Unexpected Legacy of Divorce: A 25 Year Landmark Study, donde muestra que los niños que han crecido en familias divorciadas son menos propensos a casarse, más propensos a divorciarse, y más propensos a tener hijos fuera del matrimonio y a abusar de las drogas.

Wallerstein basó sus conclusiones en entrevistas exhaustivas a 100 niños en una comunidad del norte de California, que fueron seguidos por investigadores durante 25 años. Observó que los adultos, hijos de divorciados, tienden a esperar que sus relaciones fallen y se angustian con el miedo a la pérdida, al conflicto, a la traición y a la soledad[10]. Son los llamados hijos huérfanos de padres vivos...

El estudio de Edward S. Williams, arriba citado, informa que una investigación llevada a cabo con 152 familias en Exeter, Inglaterra, mostró que incluso en las familias altamente conflictivas (pero intactas), hay menos niños infelices en comparación con aquellos de los hogares rotos. Los niños, de hecho, estaban preparados para aguantar el conflicto familiar, y preferían que sus padres permanecieran juntos.

Williams cita otro análisis realizado respecto de 5.000 casos de abusos de niños en Inglaterra, desde 1977 hasta 1990. Los niños que viven con una madre o un padre sustitutos corren casi nueve veces más peligros de sufrir abusos que los niños que viven con ambos padres casados en una familia tradicional[11].

El citado libro de Jennifer Roback Morse, apunta que los niños de familias de un solo padre corren más riesgos de fracaso escolar, de tener hijos fuera del matrimonio, y de abusar de las drogas y el alcohol.

Morse también pone de relieve que los niños en ambientes con un único padre tienen entre un 50 por ciento y un 80 por ciento de mayor riesgo de desarrollar comportamientos antisociales, conflictos y abandono social. Corren también más riesgo de sufrir de ansiedad, depresión e hiperactividad.

Un serio estudio hecho en Australia pone en evidencia el mal sufrido por los hijos de divorciados. Se trata de la obra de Barry Maley Family and Marriage in Australia, publicada recientemente por el Center for Independent Studies. En un artículo del 8 de diciembre de 2001, aparecido en el periódico de Melbourne The Age, Maley escribía: "En la pasada generación, la vida familiar y el matrimonio australianos han sufrido una revolución que ha dejado heridas abiertas en las vidas de miles de adultos y niños". Hace cuarenta años, observa Maley, el 90 por ciento de los niños crecía en familias casadas escolar y universitario, y, para muchos, dificultades en sus relaciones de adultos"[12].

No sin razón acaba de aparecer un libro The Case for Marriage, sobre los efectos positivos del matrimonio, en el que se concluye que la defensa del contrato matrimonial ha pasado a ser "una cuestión de salud pública"[13].

Juan Pablo II, en su visita a Chile, calificó el divorcio como "un cáncer... que destroza la familia, esteriliza el amor y destruye la acción educativa de los cristianos"[14]., viviendo con sus padres naturales. Esto ha bajado hasta el 68 por ciento. En el mismo lapso de tiempo, el crimen violento juvenil se ha multiplicado por cuatro, el porcentaje de suicidios de hombres jóvenes se ha cuadruplicado, y los impuestos han subido para pagar al gran número de madres solteras que dependen de la asistencia social del gobierno.

Maley argumenta: "Las consecuencias del divorcio para los hijos pueden significar, como poco, un período de problemas, separación, ansiedad, infelicidad, frecuentes dificultades de adaptación a la vida, menor rendimiento

En conclusión, al divorcio se debe  aplicar la palabra de la Escritura: "Todo  árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego..." (Lc. 3, 10).

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2.385.

[2] El País, 13-9-2002.

[3] Alfa y Omega, 21-11-2002.

[4]  Cfr. La Voz de Galicia, 1-7-2005.

[5] Cf. ABC, 17-12-2001

[6] Cf. Zenit, 9-2-2002

[7] Cf. Zenit, 22.7.2002.

[8] Cf. Diario El Mercurio, Santiago de Chile, 13-7-02.

[9] Cf. Zenit, 9-2-2002.

[10] Cf. Zenit, 9-2-2002.

[11] Cf. Zenit, 9-2-2002.

[12] Cf. Zenit, 9-2-2002.

[13]  Cf. Derecho y uniones de hecho, Rafael Navarro Valls, Catedrático de la Facultad de Derecho. Universidad Complutense.

[14] Citado en declaración de la Conferencia Episcopal Chilena. El Mercurio, 17-5-2002.

Hágase amigo

Dónde estamos

Dónde estamos

DondeEstamos 
   
We use cookies

Usamos cookies en nuestro sitio web. Algunas de ellas son esenciales para el funcionamiento del sitio, mientras que otras nos ayudan a mejorar el sitio web y también la experiencia del usuario (cookies de rastreo). Puedes decidir por ti mismo si quieres permitir el uso de las cookies. Ten en cuenta que si las rechazas, puede que no puedas usar todas las funcionalidades del sitio web.