Ya hemos refutado este argumento demostrando que no existe el derecho de tener libertad para hacer el mal en tantos campos, inclusive en el de destruir la familia. Entretanto, si la libertad fuese ese valor absoluto que los divorcistas idolatran, ¿por qué la ley de divorcio en España no da libertad para quien quiera hacer su contrato de matrimonio irrevocable e indisoluble, lo haga?

Hay varios tipos de contratos en el orden civil que por naturaleza o por conveniencia de las partes, son indisolubles y la ley los autoriza o protege. Basta pensar en cualquier compraventa.

Sin embargo, tratándose de una institución de la importancia del matrimonio que por naturaleza, como hemos demostrado, es indisoluble, el Estado por la ley actual, no permite que alguien pueda libremente hacer el contrato de su matrimonio civil de forma indisoluble.

De todas las leyes contrarias a la familia, ninguna es tan intolerante como la del divorcio. La ley de aborto, por ejemplo, no obliga a abortar. En cambio, en España está prohibido casarse para siempre, según la ley civil. No hay un reconocimiento público para quien quiera libremente unirse para siempre. No hay posibilidad legal de tener esa garantía, que, entretanto, es esencial al matrimonio.

El divorcio en España es una institución jurídica que destruye la seguridad del matrimonio indisoluble, que viola el derecho de libertad de conciencia y de religión no permitiendo, como dijimos, constituir un matrimonio que, en su aspecto civil, sea definitivo.

No basta decir que la persona es siempre libre de divorciase o no. Estamos hablando de otra cosa: de la libertad de casarse con la garantía de ser para siempre, como manda la Ley natural y la Ley de Dios. No existe esta posibilidad en el actual derecho civil español. Y los católicos, así como tantas personas que, no por razones religiosas, sino apenas naturales, desean y se prometen "un amor para siempre" cuando se van a casar, son obligados a hacer un contrato de "amor por un tiempo", fácilmente rescindible, contra sus deseos, contra sus convicciones y contra su conciencia.

¿Por qué no está permitido en España que los contrayentes puedan escoger el tipo de unión que desean, como es el matrimonio, con efectos civiles, indisoluble? Constituye, sin duda una violenta intolerancia divorcista, absolutamente insoportable para la inmensa mayoría de los españoles, que tienen derecho a que se les facilite cumplir su deber y seguir su conciencia.

Esta intolerancia sólo se entiende porque los divorcistas, mucho más que solucionar el problema matrimonial de algunas personas, buscan imponer lo que el Papa llama de  "mentalidad divorcista", ante la cual nos pide no rendirnos[1].

 

 

[1] Discurso de Juan Pablo II a los jueces y abogados del Tribunal de la Rota Romana, núm. 5. 28-1-2002.

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