Las cifras oficiales más recientes computan en 3.691.547 los extranjeros empadronados en España al 1 de enero de 2005 (INE), es decir, el 8,4% de la población.

 En España, como en el resto de Europa, se calcula que los emigrantes están soportando del 70 al 80 por ciento del crecimiento de la población, según Juan Antonio Fernández Cordón, director del Instituto de Demografía del CSIC[2]. 

En general son personas pobres que vienen a trabajar en servicios menos especializados, beneficiando el desarrollo económico y que, si inscritos en la Seguridad Social, aportan al sistema de pensiones y salud. Como vimos, son más jóvenes,  emprendedores, con deseos de prosperar y con alta tasa de nacimientos[3].

La pregunta que viene a los labios de todo el mundo es esta: ¿hasta qué punto una nación puede basar su futuro en una población extranjera, con otras culturas y costumbres y, en muchos casos, con otra moral y religión. Es evidente que la capacidad de integración y asimilación tiene un límite.

Los inmigrantes serán jóvenes, activos y fértiles preponderando sobre una mayoría de españoles de edad mucho más avanzada.

Es evidente que un país no puede poner las esperanzas de su futuro apenas en la inmigración, sin correr el riesgo de perder su identidad y desaparecer como tal, de forma semejante a lo que aconteció en la decadencia del Imperio Romano.

[1] Cf. El País, 13-3-2003.

[2] Cf. ABC, 1-6-2002.

[3] "Los bebés de inmigrantes aumentan un 35 por ciento y los de españolas descienden un 0,6 en 2001", según el Instituto Nacional de Estadística. El País, 12-12-2002.

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