1.º Como está dicho en la sección Contracepción, Dios atribuyó al hombre el don de hacerlo partícipe de su acción creadora y de su paternidad, por medio de la función de transmitir la vida humana.  "Ningún hombre viene a la existencia por azar"[1]. Todos y cada uno están previstos y amados por Dios. En la procreación, el hombre tiene la gloria de poder colaborar conscientemente con el acto creador de Dios. El resultado de ello es que la vida humana se torna sagrada y sus hijos son, al mismo tiempo, hijos de Dios.

2.º Nos referimos también en la sección referente al Matrimonio, cómo no existe familia sin matrimonio, y que éste tiene por finalidades inseparables la procreación y educación de la prole; el mutuo auxilio entre el hombre y la mujer; y la satisfacción recíproca de las tendencias e impulsos físicos y morales. En el acto conyugal, nos enseña la Iglesia, deben estar siempre unidos "el significado unitivo y el significado procreador"[2]. Si el hombre preconcibe  separar los dos elementos, es decir, impide  transmitir la vida o suprime el significado unitivo, realiza una acción que es intrínsecamente contraria a la finalidad de la unión y, por lo tanto, contraria a la ley y al plan de Dios[3].

3.º En la sección Aborto, números 3 y 4, mostramos, en fin, lo que la Iglesia y la ciencia más actual nos enseñan a respecto de la génesis del ser humano. Así, Juan Pablo II afirma:

"´Desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese ser viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas. Con la fecundación se inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar´[4]. Aunque la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen ´una indicación preciosa para discernir una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana?´[5].

Por lo demás, está en juego algo tan importante que, desde el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona humana para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano"[6].

Y explica aún la Congregación para la Doctrina de la Fe: "Esta doctrina sigue siendo válida y es confirmada, en el caso de que fuese necesario, por los recientes avances de la biología humana, la cual reconoce que en el cigoto[7] resultante de la fecundación, está ya constituida la identidad biológica de un nuevo individuo humano. [...]. Por tanto, el fruto de la generación humana desde el primer momento de su existencia, es decir, desde la constitución del cigoto, exige el respeto incondicionado que es moralmente debido al ser humano en su totalidad corporal y espiritual. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida"[8].

 

 

 

[1] Juan Pablo II, Discurso Con animo lieto, 17-9-1983, núm.1.

[2] Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, 25-7-1968. núm. 12.

[3] Cf. Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, 25-7-1968, núm. 13.

[4] Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración sobre el aborto procurado, 12-13, AAS 66 (1974) 738.

[5] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 22-2-1987, I, 1: AAS 80 (1988), 78-79.

[6] Encíclica Evangelium Vitae, 25-3-1995, núm. 60.

[7] El cigoto es la célula resultante de la fusión de los núcleos de los dos gametos.

[8] Instrucción Donum Vitae, 22-2-1987, núm. 7.