anticonceptivos

Estimado/a señor/a:

 Tengo seguridad que Vd., con preocupación, ya se debe haber preguntado: ¿qué hacen mis hijos o nietos el fin de semana? 

 Esta pregunta viene siempre acompañada para Vd. y para muchos padres y abuelos, de sentimientos de incertidumbre y, a veces, hasta de sufrimiento.

Podemos siempre decir que conocemos a nuestros jóvenes, que jamás harán algo deshonesto… Pero las malas compañías y la moda actúan fuertemente sobre ellos, como una sutil y tremenda tiranía.

El matrimonio, como vimos en la sección a él dedicada, no fue instituido ni restaurado por obra de los hombres, sino por obra divina. Sus leyes, por  tanto, no pueden estar sujetas al arbitrio de ningún hombre. Dios, autor de todas las cosas, bien sabe lo que es más conveniente a su naturaleza y conservación[1].

Uno de los dones más bellos que Dios atribuyó al hombre fue hacerlo partícipe de su acción creadora y de su paternidad, por la función de transmitir la vida humana. La intensa alegría que comúnmente se observa en una madre y en un padre, al recibir un hijo, manifiesta intuitivamente el reconocimiento de la magnificencia de ese don.

 "Ningún hombre viene a la existencia por azar"[2]. Todos y cada uno están previstos por Dios y amados por Dios. En la procreación el hombre tiene la gloria de poder colaborar conscientemente con el acto creador de Dios, y el resultado de ello es que la vida humana se torna sagrada y sus hijos son al mismo tiempo hijos de Dios.  Más magnífico aún es este don si consideramos lo que enseña, con grandeza de horizontes, el Papa Pío XI, de que "los hombres se engendran principalmente no para la tierra y el tiempo, sino para el Cielo y la eternidad"[3].

La perspectiva de Dios, al hacer al hombre participante de su creación, se expresa con belleza y simplicidad en la Escritura Sagrada:

"Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía...".

 

 

 

[1] Cf. Pío XI, Encíclica Casti connubii, 31-12-1930, núm. 5.

[2] Juan Pablo II, Discurso Con animo lieto, 17-9-1983, núm. 1.

[3] Encíclica Casti connubii, 31-12-1930, núm. 69.

Entretanto, para hacer perfecta tan espléndida y delicada misión, Dios estableció leyes sapientísimas que, sin contrariar la verdadera libertad humana, impidiesen que el hombre actuase arbitrariamente, contra la naturaleza, guiado por sus pasiones desarregladas.

Así, Dios dispuso para el matrimonio y, en concreto, para los  actos conyugales, sabias reglas con la finalidad de transmitir la vida y multiplicar el género humano generosa y abundantemente. Y hace parte de la ley moral y natural el hecho de que "cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida[1]".

En suma, el acto conyugal tiene dos sentidos inseparables: "el significado unitivo y el significado procreador"[2].

En otros términos, si el hombre preconcibe separar los dos elementos, e impide la posibilidad de transmitir la vida en el acto conyugal, está llevando a cabo una acción que es intrínsecamente contraria a la finalidad de la unión y, por lo tanto, contraria a la ley y al plan de Dios[3]. Como opuesto también a la ley y al plan de Dios es el hecho de querer realizar el sentido procreador, suprimiendo el significado unitivo, con métodos de reproducción artificial.

 

 

 

[1] Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, 25-7-1968. núm. 11.

[2] Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, 25-7-1968. núm. 12.

[3] Cf. Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, 25-7-1968, núm. 13.

En conformidad con los principios anteriores, el Magisterio de la Iglesia ha declarado de forma irrevocable, muchas veces, que absolutamente no es lícita:

  • "la interrupción directa del proceso generador ya iniciado";

  • "la esterilización, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer";

  • "toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación"[1].

 

Las mismas Sagradas Escrituras atestiguan cuanto Dios ha perseguido y aborrecido este delito. Nos enseña Pío XI, recordando a San Agustín: "Porque ilícita e impúdicamente yace, aún con su mujer legítima, el que evita la concepción de la prole. Qué es lo que hizo Onán, hijo de Judas, por lo cual Dios le quitó la vida"[2].

 

 

[1] Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, 25-7-1968. núm. 14. Ver también Catecismo núms. 2.366 a 2.372; Juan Pablo II, Discurso Vi saluto, 5-6-1987 y Discurso Con viva gioia, 14-3-1988.

[2] Encíclica Casti connubii, 31-12-1930, núm. 56.

A. La mayor objeción que se presenta para seguir la enseñanza de la Iglesia arriba expuesta no es que la misma sea falsa, sino que simplemente ella sería  impracticable en los días de hoy. Peor que impracticable, quien quiera defenderla, en la mayoría de los círculos sociales que frecuenta, aún católicos, caerá mal, será incomprendido y pésimamente visto, cuando no ridiculizado o "excomulgado". Tal es la presión del ambiente a favor de la contracepción.

¿Qué hacer entonces ante esa presión del ambiente?

El cristianismo no se hubiera difundido en el mundo pagano ni en prácticamente todas las naciones de la tierra, si no hubieran habido hombres que enfrentasen, en muchas ocasiones, los ambientes más hostiles.

Fueron raros los casos en que la verdadera moral fue aceptada con facilidad en los pueblos. Lo normal es tener que oponerse a la opinión dominante de los ambientes. Y el llamamiento de Nuestro Señor Jesucristo fue atendido donde hubo quienes siguieron el consejo de San Pablo: "Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, vitupera, exhorta con toda longanimidad y doctrina [...] Sé circunspecto en todo, soporta los trabajos, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio"[1].

"Es una forma de caridad eminente hacia las almas", la de "no menoscabar la saludable doctrina de Cristo", afirma  Pablo VI en su famosa Encíclica Humanae Vitae sobre este tema[2].

Entretanto, como veremos en el apartado núm. 5, C, abajo, los propios ambientes sociales más avanzados, agredidos por la realidad, están cambiando de opinión a respecto del problema de la contracepción. Hoy en día, por ejemplo, los norte-americanos han levantado con mucho éxito la bandera de la abstinencia sexual fuera del matrimonio, y comienzan a abandonar el camino desviado de los preservativos y anticonceptivos en general. Es, por lo tanto, posible enfrentar el ambiente, "¡que no pasa nada!".

Por otro lado, ¿es verdaderamente impracticable evitar la contracepción? Dios no pide a nadie lo imposible ni lo impracticable. Reconocemos que es muy arduo, sobre todo entre quienes ya fue inculcada la mentalidad del gozo indisciplinado de la sexualidad. Más aún, es imposible si no se tiene la ayuda de la gracia divina. Pero la gracia nunca falta y debemos, además, pedirla de forma que venga en gran abundancia y que nunca cese. "Cada Mandamiento comporta también un don de gracia que ayuda a la libertad humana a cumplirlo. Pero son necesarios la oración constante, el frecuente recurso a los sacramentos y el ejercicio de la castidad conyugal", nos enseña Juan Pablo II al respecto[3].

Quien sólo procura el placer sexual inmediato a costa de romper los Mandamientos, olvida un principio fundamental: "el hombre no puede hallar la verdadera felicidad, a la que aspira con todo su ser, más que en el respeto de las leyes grababas por Dios en su naturaleza, y que debe observar con inteligencia y amor"[4].

 

B. Otra objeción grave y delicada como para ser respondida por laicos, como los que colaboramos en esta obra, es aquella de que se ha puesto en duda la verdad del Magisterio de los Papas, respecto de la contracepción. Se trataría de una materia aún en discusión entre los teólogos y, por lo tanto, el fiel podría actuar guiado apenas por su propia conciencia.

Respetuosos cuanto se pueda ser de la Jerarquía católica, nos limitamos a citar la respuesta que al problema da el Sumo Pontífice. Dice Juan Pablo II con plena autoridad:

"Esta enseñanza ha sido vigorosamente expresada por el Vaticano II, por la Encíclica Humanae vitae, por la Exhortación Apostólica Familiaris consortio y por la reciente Instrucción El don de la Vida. Se plantea a este respecto, una gran responsabilidad: quienes se sitúan en abierta contradicción con la ley de Dios, auténticamente enseñada por la Iglesia, llevan a los esposos por un camino equivocado. Y cuanto ha sido enseñado por la Iglesia sobre la contracepción no pertenece a la materia libremente disputable entre los teólogos. Enseñar lo contrario equivale a inducir a error a la conciencia moral de los esposos"[5].

 

C. Por último, se objeta: "No está claro por qué la Iglesia declara que los métodos naturales de regulación de la natalidad son aceptables y, en cambio, no se pueden controlar los nacimientos por medio de fármacos u otras maneras que la ciencia ha descubierto".

La respuesta es simple:

1.º Los actos conyugales dentro del matrimonio son "honestos y dignos"[6]. De otro lado, como es sabido, no se sigue una nueva vida de cada uno de los actos conyugales. Luego los actos que por causas independientes de la voluntad de los cónyuges son infecundos, son igualmente "honestos y dignos".

2.º El hecho de que hoy en día se pueda prever cuando naturalmente los actos serán infecundos, no altera el principio expuesto en el punto 1.º, de que no siendo infecundos por voluntad de los cónyuges, los actos son "honestos y dignos".

3.º Si esto es así, también es evidente que es lícito abstenerse del acto durante los periodos de fecundidad. Porque los esposos son libres de llevar a cabo o de abstenerse del acto cuando ambos lo estiman. Se trata pues, de una disciplina conyugal, de una abstención, que respeta el orden natural, la que permite regular los nacimientos[7].

4.º No así con la contracepción artificial. En ella se busca lo contrario, no abstenerse del acto y sí forzar la naturaleza para obtener la infecundidad, al humano antojo[8].

 

 

[1] II Tim. 4, 2-5.

[2] 25-7-1968, núm, 29.

[3] Discurso Vi saluto, 5-6-1987, núm. 2.

[4] Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, 25-7-1968. núm. 31.

[5] Discurso Vi saluto, 5-6-1987, núm. 2.

[6] Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, núms. 50-51.

[7] Aún así, la Iglesia, por respeto al orden normal establecido por Dios, enseña que este modo de regular la natalidad sólo se debe poner en práctica por "graves motivos". O sea, que no habiendo razones de gran peso, esté enteramente en las manos de Dios el número de hijos que el matrimonio ha de tener. Cf. Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, 25-7-1968, núm. 10.

[8] Cf. Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, 25-7-1968, núm. 11.

¿Por qué desde el siglo pasado la contracepción se ha generalizado tanto en Occidente, si ella es tan antinatural, como fue dicho arriba?

Son varios los factores que han influido en esto. Es un problema que se inserta en el proceso de crisis provocado contra la familia y la vida humana, del que se habla en la sección crisis de la Familia.

A. En primer lugar, lo que ha dado más fuerza a la propagación de la anticoncepción es, sin duda, la exacerbación de la sexualidad, que no desea frenos para gozar egoístamente. Se quiere fruir del sexo desmandadamente, sin atinar para su altísima finalidad procreadora, y nada más. En la mencionada sección ya nos extendimos sobre ello, mostrando la universalidad del fenómeno, la fuerza que las pasiones desencadenadas adquieren, así como los esloganes que las sustentan en el plano de las ideas.

Los anticonceptivos, los nuevos "parches", los preservativos, la esterilización, y otros dispositivos o métodos, permiten a la personas entregarse a las relaciones sexuales en cualquier momento, con cualquiera, al viento variable de la primera pasión que se le presente por delante; informalmente y efímeramente. Les permiten evitar las consecuencias que derivan del nacimiento de un hijo. La vergüenza de haberlo engendrado fuera del matrimonio, los sacrificios del embarazo, del parto y de su cuidado y formación.

La sensualidad hace que se propague  la contracepción. La facilidad de uso de los anticonceptivos aumenta la sensualidad, en un círculo vicioso que nos lleva a la actual situación. Hoy es, sin duda, difícil que alguien sustente y mantenga las relaciones sexuales exclusivamente dentro del matrimonio y de la ley moral, como lo fue otrora, durante siglos de civilización occidental.

Dígase, entre paréntesis, que no es sólo la Iglesia católica la que no acepta la contracepción artificial. Las religiones musulmana, judía, monoteístas en general y otras, también  respetan esta ley natural. Pero, lamentablemente, es entre los pueblos cristianos paganizados de este último siglo donde más se ha divulgado este mal.

La contracepción constituye, pues, uno de los factores concretos más poderosos para difundir el amor libre, destruir la verdadera familia y así demoler la propia sociedad occidental.

B. Un segundo factor que pesa en aceptar la contracepción son las difíciles condiciones de la vida moderna, que sufren muchas familias numerosas. Pero sobre todo, es un deseo exacerbado de tener seguridad y bienes materiales abundantes para gozar la vida la que lleva a muchos padres a desear apenas uno o dos hijos.

Baste pensar que en los países más ricos y en las familias más acaudaladas es, en general, donde más se ha difundido el control de la natalidad. Es el caso de España, que goza actualmente de  una gran prosperidad, cuando sufre una de las menores tasas de natalidad del mundo.

C. El control de la natalidad ha recibido un impulso impresionante de parte de organismos internacionales[1], gobiernos[2] y multimillonarias fundaciones[3], por medio de  presiones y de campañas mundiales de apoyo a todo cuanto sea controlar la natalidad.

Primeramente se alegó, sin demostración científica alguna, que la pobreza provenía del exceso de población. Es evidente que no existe esa relación causa y efecto. Muchos países superpoblados son ricos. Muchas naciones pobres tiene baja densidad poblacional. Son tantos y tanto más importantes los otros factores que determinan la riqueza o pobreza de los países y de las personas, que no es posible tratarlo aquí.

Diremos únicamente que, por el contrario, hoy se valora especialmente el llamado "capital humano" de una nación, compuesto del número de habitantes y de su moral, de su cultura, de su formación profesional y técnica, de su empeño en producir y progresar. Es insostenible que la pobreza tenga como causa principal, ni siquiera significativa, el alto índice de nacimientos.

Nuevamente, nuestro propio País nos sirve de ejemplo. Densamente poblado, próspero como pocos y, seguramente, desde el punto de vista de la naturaleza, menos rico que muchas otras naciones, España es un gran pueblo, con gran empuje para progresar, pero, como tratamos en la sección demografía, su prosperidad y su identidad ya se encuentra bajo la amenaza de una tremenda decadencia demográfica.

Posteriormente, el problema del SIDA y otras enfermedades sexuales fueron el gran argumento para la difusión masiva de los preservativos anticoncepcionales.

Los hechos están probando lo contrario. Esos métodos, además de inmorales, peligrosos para la salud[4] y poco eficientes, estimulan las relaciones sexuales fuera del matrimonio. Y así las enfermedades se propagan aún más rápidamente. Estados Unidos, quizás el país motor de la revolución anticonceptiva, se ha transformado hoy, bajo ciertos aspectos, en la nación líder de la lucha en pro de la abstinencia sexual fuera del matrimonio[5]

D. Por fin, es conocido también del público el gran negocio que cierta industria farmacéutica ha hecho con la contracepción, invirtiendo profusamente en las investigaciones, producción y propaganda de todo tipo de anticonceptivos, preservativos, dispositivos que eviten la procreación y abortivos. Negocio tan lucrativo como inmoral.

El propio Papa Juan Pablo II ha denunciado recientemente que "la industria farmacéutica ha favorecido un tipo de investigación que ya ha hecho penetrar en el mercado productos contrarios al bien moral, incluidos fármacos que no respetan la procreación o que incluso suprimen la vida ya concebida". El Papa censuró también que se impusiesen los intereses económicos en las decisiones de fabricación de productos contrarios a los valores humanos[6].

 

 

[1] Juan Pablo II advirtió  contra ello: "Hay que rechazar como gravemente injusto el hecho de que, en las relaciones internacionales, la ayuda económica concedida para la promoción de los pueblos esté condicionada a programas de anticoncepcionismo, esterilización y aborto procurado". (Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 22-11-1981, núm. 30).

[2] En España, en el año 1978 fue reformado el artículo 416 del Código Penal, legalizando el comercio y propaganda de anticonceptivos. Sería interminable relatar la acción contraconceptiva llevada a cabo por organismos gubernamentales a partir de entonces. Ella ha sido en gran escala, constante y minuciosa. A título de ejemplos recientes mencionamos la campaña promovida por la Generalitat de Catalunya a fin de organizar un referéndum en los institutos de educación, para que los adolescentes digan si quieren que se instalen máquinas de distribución de preservativos en sus centros. (Zenit, 29-1-2002). En Madrid, la prestigiosa organización Hasteoir denunció el día 24-3-2002 la presión que el Departamento de Previsión y Promoción de Salud del Ayuntamiento estaba haciendo en los centros sanitarios para que los profesionales que quisiesen acogerse al derecho de conciencia en programas como el de planificación familiar, tuvieran que hacerlo por escrito, indicando las razones. Un fichaje injustificado y coercitivo.

[3] Según un estudio del Life Research Institute, publicado en Human Life Reports en agosto del 2000, las fundaciones destinaron un total de 128 millones y medio de dólares a la planificación familiar. Estos fondos se dividían en 66,2 millones de dólares para programas dentro de Estados Unidos, y 62,3 millones para el extranjero. Cf. Zenit, 24-11-2001.

[4] Ver el documentadísimo reportaje  proveniente de Londres "Las amargas píldoras anticonceptivas. Abundan las evidencias sobre sus peligros, pero la venta continúa", en Zenit, 18-5-2002.

[5] "El presidente Bush acaba de iniciar una cruzada a favor de la abstinencia sexual. ´La abstinencia es el modo más seguro, y el único totalmente efectivo, para prevenir los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual´", afirmó Bush, quien ha decidido "multiplicar por cuatro el presupuesto para promover la abstinencia sexual", informa Carlos Fresneda, corresponsal en Nueva York, en El Mundo de 4-3-2002.

Por 35 votos a favor y 17 en contra, el Congreso norteamericano aprobó destinar 50 millones de dólares a los cursos "sólo abstinencia", que se extenderán a decenas de miles de adolescentes. Los cursos promueven la abstinencia sexual hasta el matrimonio y enseñan que "una relación fiel y monógama [...] es el patrón deseable de comportamiento sexual en la especie humana". (El Mundo, 26-4-2002).

Estos planteamientos, después de décadas de unánime propaganda anticonceptiva, comienzan a llegar a España. En un manifiesto suscrito por decenas de asociaciones católicas y no confesionales, dirigido a la Generalitat de Catalunya, se "recuerda que otras sociedades avanzadas ya han descubierto que las campañas de preservativos no frenan ni los contagios ni los embarazos adolescentes, a diferencia de los programas de educación en castidad". (Zenit, 29-1-2002).

[6] Mensaje a la Conferencia Internacional El conflicto de interés y su significado en la ciencia y la medicina, realizada en Varsovia, del 5 al 6 de abril de 2002. Cf. Zenit, 12-4-2002.