Conozco una persona que no quiere recibir una cuantiosa herencia. No es que no la necesite. Al contrario, vive angustiada por la crisis y sus capacidades son bastante mediocres como para poder sustentarse sin recibir nada de sus mayores.
     El lector me dirá: “eso no puede ser, se tratará de un loco o un excéntrico”.
     Le replico que es más común de lo que se puede imaginar.
     Es claro que no me refiero a una herencia material. Ésta, hoy en día, muchos la codician. Hay hasta quienes desean -en el secreto oscuro de su corazón- la muerte o la eutanasia de familiares que puedan beneficiarles.
     El asunto es que -como nos enseñaba el Papa Pio XII-  “lo que más cuenta, es la herencia espiritual trasmitida, no tanto por medio de los misteriosos lazos de la generación material como por la acción continua de ese ambiente privilegiado que la familia constituye; por la lenta y profunda formación de las almas en la atmósfera de un hogar rico en altas tradiciones intelectuales, morales y, sobre todo, cristianas; por la mutua influencia entre aquellos que habitan una misma casa.
Anciano     “Influencia cuyos beneficiosos efectos se proyectan hasta el final de una larga vida, mucho más allá de los años de la niñez y de la juventud, en aquellas almas elegidas que saben fundir en sí mismas los tesoros de una preciosa herencia con la contribución de sus propias cualidades y experiencias”. (Alocución al Patriciado y la Nobleza Romana, 5-1-1941).

Cuidar, escuchar y venerar a nuestros abuelos
     De forma muy didáctica, el Papa Francisco ha retomado tan actual y crucial asunto. No es el caso de una persona, como la que refería al inicio de estas líneas, sino de millones, de una sociedad, que no quiere recibir la herencia de sus abuelos:
     “Nosotros vivimos en un tiempo en el cual los ancianos no cuentan. Es feo decirlo, pero se descartan, porque molestan.
     “Los ancianos son los que nos traen la historia, nos traen la doctrina, nos traen la fe y nos la dejan en herencia. Son los que, como el buen vino envejecido, tienen esta fuerza dentro para darnos una herencia noble".
      "Los abuelos son un tesoro. La memoria de nuestros antepasados nos lleva a la imitación de la fe.
      “Realmente la vejez muchas veces es un poco fea. Por las enfermedades que trae… pero la sabiduría que tienen nuestros abuelos es la herencia que nosotros debemos recibir.
     “Un pueblo que no cuida a los abuelos, un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria, ha perdido la memoria".
     "Nos hará bien pensar en tantos ancianos y ancianas; tantos que están en los asilos, y también tantos - es fea la palabra, pero digámosla - abandonados por los suyos, que son el tesoro de nuestra sociedad".
     "Recemos por nuestros abuelos, nuestras abuelas, que tantas veces han tenido un rol heroico en la transmisión de la fe en tiempo de persecución.
     “Pidamos hoy la gracia a los viejos santos -Simeón, Ana, Policarpo y Eleazar - a tantos ancianos santos: pidamos la gracia de cuidar, escuchar y venerar a nuestros antepasados, nuestros abuelos". (Homilía en Santa Marta, Zenit, 19-11-2013).

Aún es común encontrar los ancianos animados, simpáticos y corteses de antaño.  Cuánta confianza, cuánto respeto inspiran. Ellos no ocultan su decrepitud física, ni de ella se avergüenzan, pues saben que, a través de las exterioridades de la decadencia orgánica, reluce el apogeo moral de los valores del alma. Son afables, solícitos, sabios consejeros de la familia. No tienen otro placer que el del hogar, ni otra preocupación sino meditar sobre la vida y prepararse para la muerte.

El espíritu familiar se manifiesta por varios indicios. Mantiene viva la unión entre las sucesivas generaciones. Hay honradez, trabajo y cariño en los hogares humildes. Grandes hechos, virtud insigne y hasta gloria en las estirpes ilustres. En uno y otro caso, un buen y legítimo patrimonio moral que grandes y pequeños pueden dejar a su posteridad, incomparablemente más precioso  que el patrimonio material.

Cuando la familia falta, es necesario multiplicar las alternativas: residencias, centros de día para mayores, subvenciones a personas del vecindario que dediquen cierta atención a los que viven solos, sueldo para amas de casa con ancianos a su cargo (solución más económica y humana que las residencias), instituciones de acogida, "teleasistencia", etc. En el mundo rural el problema se reduce gracias a las relaciones de vecindad que existen en las pequeñas localidades. En los grandes centros existe la llamada "soledad poblada"...

El cristianismo, de forma orgánica, siempre favoreció la armónica convivencia de las generaciones. En las familias, en el trabajo sea rural o urbano, en las instituciones religiosas y civiles, el trato frecuente e íntimo entre viejos, adultos y jóvenes constituye el orden natural de las cosas que a todos beneficia, enriquece y agrada. La separación y exclusión artificial por edades es propia de esa "modernidad sin memoria", de que nos advierte el Papa.

¿Cómo actuará el mundo y España frente a esta situación de los ancianos?

La única solución, evidentemente, se encuentra en el marco de la verdadera familia. Repoblar la sociedad con niños bien formados, aprovechar la sabiduría de los ancianos y así volver a erguir la civilización y la cultura cristiana.