"Entre los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. El Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como ´crimen nefando´. Hoy, sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente en la conciencia de muchos.  La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal [...].

La gravedad del aborto procurado se manifiesta en toda su verdad si se percibe que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien es eliminado es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún un injusto agresor!"[1].

 

 

 

[1] Los hijos, primavera de la familia y de la sociedad. Pontificio Consejo para la Familia, 1999, Editorial EDICE, Conferencia Episcopal Española.

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