El matrimonio debe ser de un solo hombre con una sola mujer, monógamo. La unidad es condición obvia para la realización del segundo fin del matrimonio, esto es, del mutuo auxilio. Es necesaria también para la buena educación de los hijos. Por el contrario, la poligamia  --simultanea o sucesiva-- va contra la mutua fidelidad y mutua ayuda. Es fuente de constantes litigios y discriminaciones. Ella desedifica y desmoraliza a los hijos.

Está preceptuado por Dios en el Génesis: "Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne" (2, 24). De lo cual concluye San Pablo: "Gran misterio es éste, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia. Por lo demás ame cada uno a su mujer y ámela como a sí mismo y la mujer reverencie a su marido" (Ef. 5, 32-33).

Así, para los cristianos, la unidad del matrimonio tiene aún, por encima de las razones naturales expuestas, el valor indecible de significar la unión de Cristo con la Iglesia.